Aquella mañana, un conductor ebrio había matado a un hombre con su hija de camino a un poste. En la calle quedó un grafiti rojo y amplio. Un agente tomó unas cuantas fotografías morbosas que de alguna manera pararon en el escritorio del detective con el gorro de aviador y las papitas fritas en la boca. El las miró entre crujidos elocuentes, desinteresado hasta que llegó al detalle de la quinta. Esa tenía un close-up del posterior del carro, tomado con énfasis premeditado en la pasta rosada que coloreaba el neumático derecho. Reconocía el automóvil, y una vez más le asombró la pequeñez del mundo. Había estado pensando en él aquella mañana, aquel carrito que había sido su primero hacía ya veinte años, preguntándose quién lo tendría, dónde habría terminado, porque esos condenados Toyotitas te duran toda la vida.
un carro
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